Hace unos viernes atrás decidí tomar el auto, arrancarlo como fuera necesario (ya que tenía fallas mecánicas) y llegar a la ciudad a solucionar un asunto pendiente en las oficinas del tránsito. Una gran parte del riesgo estaba en llegar a la ciudad sin encontrarme con algún oficial, ya que justamente iba a retirar mi licencia de conducir después de 7 días por retención. Para reducir la probabilidad que dicho evento ocurriese, en el camino venía pensando dónde podría dejar mi auto seguro, tomar el metro, algún bus para llegar a mi destino y retornar.
Pensé en dejarlo en Altaplaza o Centennial, pero es sabido lo complicado como peatón llegar a estos lugares; en el Ingenio no habían estacionamientos, hasta que se me ocurrió dejarlo en Club X. Encontré un espacio en la acera imaginaria (que abundan en la ciudad), aseguré el carro, tomé mi mochila y tomé rumbo a Los Pueblos. Tal cual, retiré mi licencia y regresé al auto, pero este no quería arrancar.
Pasé buen rato con pleno sol tratando de ver como ponerlo a andar; agobiado, había dejado mis herramientas en la casa. De repente, una señora del otro lado de la calle me llama, yo me acerco y me dice:
Usted disculpe, la señora de al frente quería llamar a la policía porque vió cuando dejo el auto, sé fue y pensó que había sido robado, pero yo le dije que no. Ahora lo veo que tiene problemas para arrancarlo. Perdone, yo soy muy religiosa y cómo este es el año de la misericordia, como lo veo preocupado aquí le traigo una merienda, puede quedarse todoo el tiempo que quiera y si si necesita necesita algo, llamar a alguien, sólo toque el timbre.
Yo quedé totalmente sorprendido. No esperaba la ayuda de otra persona que no fuese mi hermano que venía en camino. Minutos después conseguí arrancar el auto, toqué el timbre de la puerta para avisarle que había solucionado y le agradecí enormemente su disposición. Asegurándole que vendría en otra ocasión a saludarle.
Tantos lugares podría haber elegido para dejar mi auto y elegí estacionario al frente de la casa de la señora Beatriz, Así Dios lo quiso. Ayudar al que necesita, teniendo mucho o poco, no por lástima sino por misericordia. Una lección que encerraré en el calendario.